“Un arquitecto tiene la obligación de que la naturaleza no le guste demasiado”
Os dejamos un extracto de la entrevista realizada al arquitecto Oscar Tusquets (Barcelona, 1941) porJosé María Albert de Paco y publicada en Jot Down Magazine
En Todo es comparable, le escribía una carta a su colega Álvaro Siza en la que le hacía notar que uno de sus edificios estaba mal construido; que él, de hecho, era un mal constructor.
Sí, pero aquella carta era, antes que nada, un elogio. Un tipo admirable, Siza. Ahora precisamente hemos coincidido en las estaciones del arte del metro de Nápoles [a finales de los noventa, las autoridades napolitanas encargaron a una serie de arquitectos de renombre la proyección de varias estaciones de las líneas 1 y 6, en lo que se conoce como Stazioni dell'Arte.] A mí me encargaron la estación de Toledo, que se acaba de inaugurar, y a Siza la de Municipio. Un trabajo tan agradecido como desesperante, aunque Siza lo está teniendo algo más complicado; su estación está más pegada al puerto, en una zona con muchísimas construcciones protegidas, lo que siempre implica burocracia, modificaciones, problemas…
¿Sabe si llegó a leer aquella carta?
Sí, y no creo que le hiciera mucha gracia. Eso sí, cuando nos vemos nos seguimos dando un abrazo.
Usted escribió que los ingenieros les querían poco porque ustedes los arquitectos follaban más.
Bueno, lo que escribí exactamente fue que los ingenieros creían que nosotros follábamos más. Y claro, los ingenieros siempre tienen razón. Pero que conste que yo con los ingenieros me he llevado siempre muy bien. Y he apreciado mucho su trabajo.
Tanto lo apreciaba que acabó por hacerlo.
Pues los arquitectos se han tendido a quejar de lo contrario, de que cada vez hay más ingenieros haciendo obra privada. Ahora que, por mí, ¡ojalá la hicieran toda y nos dejaran a nosotros los estadios!
Es usted un arquitecto atípico.
Puede ser, sí. Yo lo que quería era ser pintor, pero mi padre me dijo que era un gran riesgo, y me sugirió que hiciera una carrera algo más segura, algo que me permitiera defenderme económicamente. Y yo elegí arquitectura. Pero sí, es probable que no sea muy representativo de la profesión, porque me ha gustado pintar, diseñar objetos y muebles, escribir… Lo que pasa es que la arquitectura es un vicio, y un vicio caro. Una vez que te has metido en ella, es difícil dejarla. Yo creo que tiene razón Josep Pla cuando dice que lo que más le emociona de un paisaje es la intervención del hombre; que le emociona muchísimo más un huerto bien nivelado, con un muro de contención y una canalización de agua, que el Gran Cañón del Colorado. Que el Gran Cañón del Colorado le acojona, pero no le emociona. Un arquitecto tiene la obligación de que la naturaleza, tal como es, no le guste demasiado, porque si no nuestra profesión qué sentido tiene. Yo en cuanto veo cualquier naturaleza virgen, lo primero que se me ocurre es qué podría hacer para hacerla más habitable o más bella.
¿De cuál de sus obras está más orgulloso?
Es difícil quedarse con una, pero por su proyección pública, por las muchas personas que pasan por allí, tal vez elauditorio Alfredo Kraus, en Las Palmas. También la reforma del Palau de la Música fue importante. Sus trabajos en el Palau, por cierto, se han saldado con su nombre en los periódicos por el llamado caso Millet.
Pero el trabajo ahí queda.
Debió de ser un cliente peculiar, el Sr. Millet.
Pues le diré que rara vez me movió una coma. En lo sustancial, la reforma que hice fue la que quería hacer. Eso sí, todo lo que tenía que ver con proveedores o constructores era de su negociado, en ese capítulo nunca me dio voz ni voto. ¡Ahora entiendo por qué, claro! De todos modos, Millet no fue el único que se llevó dinero del Palau; parece bastante claro que ahí hay un caso de financiación irregular de un partido político.
[Una semana después de la entrevista, los periódicos se hicieron eco de la policía autonómica catalana que concluía que Convergencia Democrática de Cataluña obtuvo fondos del Palau de la Música, fundamentalmente a través de un circuito que tenía sus vértices en la constructora Ferrovial y la Fundación Trías Fargas]
Su gran maestro fue Federico Correa.
He tenido varios, pero Federico fue uno de los más imporantes, si no el que más. No era muy normal, en aquella Escuela de Arquitectura de principios de los sesenta, que un profesor le hablara a uno de Le Corbusier, de la belleza de la lógica, de los peligros del formalismo… Ya entonces era un dandy, con su abrigo de piel de camello, sus fiestas en Cadaqués. En una de esas fiestas conocí a Dalí, mi otro gran maestro. ¿Sabe, por cierto, cuál es la diferencia, según Dalí, entre un snob y un dandy?
…
Un snob, decía Dalí, es el que se hace notar para que lo inviten a una fiesta; un dandy, en cambio, es el que se hace notar para que lo echen a patadas de la fiesta.
[Quien ha hablado no es Tusquets, sino el mismísimo Dalí, que de pronto ha cobrado vida en el rostro del arquitecto. La mirada altiva, la voz engolada, esa grácil suficiencia ampurdanesa. En cierto modo, Tusquets también se ha ganado el derecho a que lo echen de las fiestas, pues cultivó el desacato desde muy temprana edad. Sirva este artículo de 1974 publicado en la revista de crítica arquitectónica Arquitectura Bis, en que denuncia la fealdad del Palau Blaugrana y la Pista de Gel e insta al entonces presidente del F.C. Barcelona, Agustí Montal, a contratar los servicios del arquitectoAlvar Aalto. (Culé de pro, Tusquets presume de saberse de memoria la delantera de las cinco copas —Basora, César, Kubala, Moreno y Manchón— mucho antes de que Serrat la inmortalizara. "No en vano", relata, "cuando hace años fui sometido al cuestionario Proust, en la cuestión 'un héroe de la vida real', a la que todos los progres respondían 'ninguno', yo, tras una profunda reflexión, contesté: 'Ladislao Kubala'"]
Fotografía: Alberto Gamazo¿Era frecuente que profesores y alumnos coincidieran en las fiestas?
Es que Federico era mucho más que eso. Piense que luego tuve la inmensa fortuna de trabajar en su estudio, con lo que la relación se fue estrechando, pero ya entonces no éramos solo catedrático y alumno. Recuerdo, por ejemplo, cómo en una de aquellas fiestas beodas nos hizo un striptease absolutamente delicioso.
Se bebió mucho, en aquellos años.
¡También eso Federico lo hacía bien! Tenía unas borracheras divertidísimas. Nada que ver, por ejemplo, con las de Ferrater, que eran agrias, violentas.
Antes de ir con Dalí, déjeme preguntarle por José Antonio Coderch.
¡Ése sí que era un vencedor! Con aquel blazer, su aire de castellano viejo, sus ideas absolutamente quijotescas… Hoy Coderch es un arquitecto respetado, pero no siempre fue así; la progresía de la época tenía un peso tremendo en el mundo de la cultura y Coderch representaba todo lo que ellos repudiaban, un poco como Pla, como Dalí, como Boadella… Esta cosa tan catalana de repudiar lo mejor de sí. Muy al final de su vida, el políticoTrias Fargas le preguntó si aceptaría la Creu de Sant Jordi que la Generalitat pretendía concederle y Coderch, según me contó él mismo, les respondió que qué se creían, que si consideraban que no se la merecía que no se la ofreciesen, y que si se la merecía, que se arriesgasen a que él la rechazase. Ése era Coderch.
Entre Correa y Coderch, ¿qué clase de relación hubo?
Correa lo admiraba muchísimo, lo que pasa es que la relación se enfrió cuando Federico fue expulsado de su cargo de profesor en la Escuela de Arquitectura por un motivo político —creo que por negarse a acatar los Principios Fundamentales del Movimiento, o por apoyar un manifiesto estudiantil, o algo así— y el entonces director, Roberto Terradas, intentó convencer a Coderch, que había sido el gran maestro de Correa, para que lo sustituyera. Y Coderch aceptó. Nunca se me olvidará la incredulidad de Federico ante la noticia, ni su llamada telefónica a José Antonio, ni su desconsuelo cuando éste le confirmó que sí, que había aceptado, y le echó en cara que fuera un “compañero de viaje” de los comunistas.
“Ahora que la crisis y las modas han reducido drásticamente la posibilidad de expresarme como arquitecto”, dice en Tiempos que fueron. ¡No me diga que tampoco usted tiene trabajo!
Voy haciendo alguna cosa fuera, pero aquí no construye nadie. Cuando ahora me preguntan si aconsejaría estudiar arquitectura respondo que sí, pero no porque eso te asegure nada, sino por curiosidad intelectual, por lo que pueda aprender uno de arte, porque trabajar de arquitecto está muy difícil. Hay que tener en cuenta, además, que antes solo había dos escuelas: Barcelona y Madrid. Ahora en cambio hay decenas, de las que cada año salen cientos de arquitectos. El panorama es verdaderamente sombrío.
“Arquitecto por formación, diseñador por adaptación, pintor por vocación…”
… Y escritor por deseo de ganar amigos. Esto último lo añadí yo. Lo anterior fue cosa de un crítico e historiador del diseño, el napolitano Vanni Pasca. Lo escribió en un artículo y me acompaña desde entonces a modo de presentación. Lo de escribir para gustar a los amigos me lo acabó tomando prestado Gabriel García Márquez, a quien se lo había dicho una noche de copas, en Barcelona.
Esa idea, la de que escribe no para follar más, que es lo que se suele decir (lo que decía Serrat, por ejemplo, cuando le preguntaban por qué cantaba), sino para agradar a sus amigos, esa idea, digo, la recalca varias veces en sus libros.
Es verdad, sí. En cierta ocasión, alguien dijo que leer mis libros era como cenar conmigo. Me gustó. De mis libros se venden unos 10.000 ejemplares, así que con cada uno que publico es como si saliera a cenar 10.000 veces. No está mal.
En materia de cocina, por cierto, no le conozco ninguna disidencia.
Bueno, no sé si disidencia, pero escribí un prólogo para el libro La palabra pintada, de Tom Wolfe, en el que hablo del tema. Si no hubiera sido un prólogo, tal vez habría hecho algo más de ruido. Contaba, por ejemplo, algo que nos ocurrió en un restaurante de éstos a mí y a Miguel Milá, el diseñador. La carta estaba atestada de palabras extrañísimas, de eso que llaman “conceptos”. Y el maître, que nos debió de notar algo contrariados, le preguntó a Milá: “¿Está el señor familiarizado con nuestra carta?” A lo que Milá (al que le salió su tartamudez y esa gracia innata que tienen todos los Milá) respondió: “No, hoy es el primer día que acudo a clase”. ¿Qué más dice en ese prólogo?
Hablo de Ferran Adrià, de que Adrià fuera el artista invitado a la Documenta de Kassel en 2008.
¿Y?
Es fuerte.
Ah, ¿sí?
A mí me parece que sí, pero más allá de eso, lo que sostengo es que la profecía que formuló Tom Wolfe respecto al arte, aquello de que las obras de arte acabarían siendo una mera ilustración de los tipos que las explican, de los teóricos, se ha acabado cumpliendo… ¡en la alta cocina!
[Leído el prólogo, la anécdota del cocinero Quique Dacosta es aún más cáustica que la de Milá. Y bastante más reveladora, por cierto, del papanatismo de la alta cocina: "Asistimos a los restaurantes de la Nueva Cocina quizá a sorprendernos pero seguro que a tomar lección; no a disfrutar. O sea, como los cineforums de mi juventud: la consabida tabarra vanguardista. Al finalizar la conferencia de un reputado y estrellado cocinero del Levante español (rematemos: Quique Dacosta), una de las asistentes se atreve a preguntar respetuosamente si los representantes de la Nueva Cocina serán capaces de dejar recetas útiles. El cocinero, algo ofendido, responde: “Señora, nosotros no dejamos recetas, dejamos conceptos”. Puro Wolfe." 100% Tusquets]
En Dalí y otros amigos defiende que el franquismo que profesa Dalí es algo así como una fachada, una irreverencia más del pintor, pero que no puede tomarse en serio. Era una pose, claro. Una vez Franco le visitó en su casa de Portlligat y, en un momento en que los dos estaban mirando al horizonte, le dijo: “Dalí, ¿se ha fijado en el azul del mar? Parece un Veermer“. Al contármelo, Dalí me dijo: “Esto del azul del mar se lo han preparado, claro. ¡Qué sabrá este hombre de Veermer!” Otro detalle muy significativo es que Dalí toleraba bromas sobre Franco, pero no sobre el futuro rey.
La última irreverencia de Dalí fue dejar toda su obra al Estado español.
Yo creo que fue una cosa muy de última hora. Y le diré más: creo que el responsable de que Dalí testara de ese modo fue Max Cahner, el consejero de Cultura del primer Gobierno de Pujol. Probablemente no había un tipo que odiara tanto lo que representaba Dalí como Max Cahner, que tenía lo peor de los alemanes y lo peor de los catalanes. De los alemanes, la rudeza; de los catalanes, lo miserable. No estuvieron juntos más que unos minutos, pero Dalí tuvo suficiente. Al poco de esa entrevista, llamó al notario. No descarto que tocara otro punto, que lo que modificara no fuera lo de Cataluña, pero casi pondría la mano en el fuego, fue eso lo que mandó cambiar. Porque lo cierto es que con Maragall, Dalí tuvo una relación más bien afectuosa. Pero con éstos no podía, y sobre todo era consciente de que ellos tampoco podían con él.
[Tengo la impresión de que Tusquets siempre ha sido renuente a convertirse en el biógrafo oficial de Dalí, si bien su vínculo con el personaje es algo equívoco: por un lado, huye del boato académico; por otro, deja ver en sus palabras una cierta vocación de custodio. Actualmente, asesora a los comisarios de la exposición sobre Dalí que prepara el Centro Pompidou. Tusquets ha intervenido en otras cinco. Su 'daliniana' por antonomasia, no obstante, es la Sala Mae West, que proyectó en vida del pintor y que puede verse en el Teatro-Museo Dalí, en Figueras]
Le presenté un boceto al maestro y le pareció magnífico, me dijo: “Bé, Tusquets, em sembla molt bé”. La verdad es que aquel día estaba con unas chicas y no se fijó mucho en lo que le proponía, pero sí, al final aquello se acabó haciendo. Lo que nos dio más problemas fueron los ojos, que son dos reproducciones ampliadas de las vistas de París que hay en el cuadro de Dalí, en el original. Entonces (le hablo de 1972) no teníamos photoshop y todas estas cosas que hay ahora, así que nos queaba demasiada trama, demasiado grano. A Oriol Maspons y a mí no nos convencía y se lo dije a Dalí, pero a él le pareció magnífico. “Es fantástico, Tusquets, parecen pinturas puntillistas”. ¿Ve? Ése era otro gran rasgo de Dalí: en cualquier desastre veía algo positivo. Si en la foto salía trama, decía que fantástico, que el cuadro parecía puntillismo; si nos quedábamos atrapados en un atasco, decía que gracias al atasco estábamos pudiendo admirar la puesta de sol… Dalí le sacaba partido a todo.
Al terminar la entrevista, nos mostrará el estudio, en el que aguarda un cuadro donde se perfila, inacabada, su Barcelona. Se trata de una vista de la ciudad desde casa de un amigo, en Can Caralleu; eso que hoy llaman Collserola y que siempre fue la falda del Tibidabo. En la pintura se advierte un sutil forcejeo con el paisaje, una cierta voluntad de domesticación. Su mujer, Eva, entra en casa. Las últimas palabras de la conversación, ya una mera cortesía, se enmarañan en Félix de Azúa. “Es que Félix siempre ha ido con mujeres muy guapas”, dice Tusquets. Y yo, que aún conservo la vista, no puedo reprimir una postrera nota el pie: “Como usted, Tusquets, como usted”.
entrevista completa a Oscar Tusquets